Todo empezó con una llamada a finales de enero. «Quieres conocer a Cuauhtémoc?». Mi papá de la nada me llamaba para preguntarme si me gustaría conocer al último ídolo no del Ame, sino del futbol nacional. Claro que me gustaría conocerlo.
Mi mente comenzó a conectar los puntos: el Cuauh juega en Puebla desde la temporada pasada, y para este Clausura, mi primo el Cherokee Pérez volvió al equipo que lo hizo debutar como futbolista profesional. En las últimas oportunidades que el mundo tendría para ver al mejor jugador mexicano de los últimos 10 o 20 años, los astros se alinearon. Lo único que tenía que hacer es buscar una fecha en la que el Puebla jugara de local, que no estuviera tan cerca de las elecciones y que el avión de mi papá desde Chihuahua al DF no me costara demasiado. Esa fecha resultó ser el último fin de semana de Febrero, jornada en la que el Puebla enfrentaría al Querétaro. Hasta a Ronaldinho tendríamos la oportunidad de ver.
Mi papá no es periodista; es docente de la Universidad Autónoma de Chihuaha, es filósofo, pero durante muchos años ha escrito para la editorial de diferentes periódicos locales. No le pagan, lo hace por gusto, y lo hace muy bien. Los tópicos que toca varían, desde críticas abiertas a Chespirito y Chabelo, hasta columnas de opinión, educación y política. Con él se puede hablar de todo, aunque realmente la conversación casi siempre es secuestrada por él, pero les aseguro que la perspectiva que le da a las cosas me sigue sorprendiendo hasta el día de hoy. Tiene los pies puestos sobre la tierra, conoce el estado actual de las cosas, pero es optimista, y aunque como en toda relación padre-hijo, hemos tenido etapas muy difíciles, es un gran amigo.
No hay duda de por qué mi primo transformó la petición original de mi papá de conseguir una playera firmada a conocerlo, verlo jugar e incluso ser sus invitados de honor. Incluso después de tantos años de no tener una relación tan cercana como antes, mi papá sigue siendo respetado y querido.
El día llegó más rápido de lo planeado, el fin de semana lo empezamos un par de días antes. Fuimos mi novia y yo por él al aeropuerto y tomamos la carretera hacia Puebla. Las pretenciones de mi papá con Cuauhtémoc habían aumentado, ya no era sólo conocerlo, la firma de algunas playeras y una foto que sirviera como evidencia; él quería una entrevista.
«Cuauhtémoc no da entrevistas», dijo el Chero, «con las playeras no hay problema, la foto no se rehúsa, pero usualmente no sonríe, pero la entrevista lo veo muy díficil». Criticar a las figuras públicas resulta sencillo, pero no me imagino el nivel de agobio que han de tener personalidades tan reconocidas como Cuauhtémoc. Pongámoslo fácil: él no puede salir a comer a un restaurante tranquilamente. Las fotos, los autógrafos, los apretones de mano y las conversaciones evitan tomar un trago o darle un bocado a la comida. Un ser humano, ante la mejor de las disposiciones, se cansa. No me sorprende que no tenga una sonrisa cuando se toma una foto con sus fans.
Lo de las entrevistas es perfectamente comprensible. Cuauhtémoc ha sido de todo: futbolista, comentarista, empresario, artista y este año, político. Los periodistas se han ganado una mala fama, especialmente por quienes trabajan en el medio del espectáculo, que se dedican a la rapiña, a hacer las preguntas que duelen, de la forma que arden, para lograr enfurecimiento y scar la nota escandalosa. Hasta cierto punto, los periodistas deportivos son más mesurados, pero dependiendo de qué televisora y qué personaje estemos hablando, algunos no gravitan muy lejos de sus colegas en el medio del espectáculo.
Los periodistas del medio político son más sensatos. Al menos los que se hacen llamar profesionales. Mi papá quería aprovechar esta nueva faceta para conseguir la entrevista. «No le digas que soy periodista, dile que soy analista político.»
Aprovechamos una ida a desayunar para tener la experiencia más rara y alegre en un carro. Pensaría que un celoso dueño de un carro de colección no quisiera arriesgarlo, pero mi familia no es así. Mi papá lo manejó y de vuelta sería mi turno.
La experiencia es inigualable, tan extraña como única. En la calle todo mundo se te queda viendo, le sacan fotos y hasta cuidado te tienen. Acostumbrarse a cambiar velocidades con la izquierda no es un gran problema, el cerebro se adapta rápido, pero tomar el lado adecuado del carril (el carro ha de medir el 75% de ancho de lo que uno normal) es difícil, yo tendía a pegarme a la izquierda.
«Hay carros más caros, de más lujo, pero en pocos te subes y te bajas con una sonrisa.» La descripción de la experiencia no pudo ser más acertada.
A lo largo de todo el fin de semana largo, comimos, bebimos y platicamos como si no hubiera mañana. La comida de Puebla me ha dejado sorprendido. A pesar de ser muy similar la ciudad al DF, hay muchas cosas que no he encontrado aquí.
En todo el viaje la suerte nos sonrió a los dos foráneos. En un par de comidas dejamos el monto de la cuenta en manos de la fortuna: pusimos las respectivas tarjetas y dejamos que la cajera seleccionara una al azar. Conociendo nuestra suerte, mi papá y yo bromeábamos acerca de perder y terminar pagando más de $2 mil pesos. Pero como decimos en el norte, «a rajarse a su tierra.»
La primera vez, de los cinco que éramos, sólo uno no era familia, y él terminó pagando. La segunda, mi otro primo fue el de la mala suerte. Afortunadamente ya no seguimos apostando, no me iba a sentir muy seguro de estar tentando tanto a la suerte.
El día siguiente fuimos al Puebla - Querétaro, en un estadio repleto, encuentro en el cual los locales salieron victoriosos 4-1 y Cuauhtémoc tuvo minutos. Hacía cuántos años que La Franja no metía 4 goles? Y tres o cuatro juegos que Cuauhtémoc no tenía actividad. Hasta a Ronaldinho vimos jugar.
Después de este maravilloso fin de semana tuvimos que volver a la realidad; mi papá tomó su vuelo en la madrugada del lunes y fue en ese momento que entendí que no acababa de conocer a mi héroe. Lo he conocido durante ya casi 30 años.