Quiero dedicarle este premio a mis compatriotas mexicanos, rezo a que podamos construir el gobierno que merecemos y por los que vivimos en este país (EUA) rezo que podamos ser tratados con la misma dignidad y respeto que crearon esta maravillosa y grandiosa nación de inmigrantes.
Alejandro, no he visto tu película, pero creo que este primer Oscar debió haber llegado hace más de diez años. Desafortunadamente la historia a veces no es puntual, pero seguiste hiciendo lo que la mayoría de los mexicanos hacemos: seguir adelante, sin lamerte las heridas, aprendiendo de tus errores y no sólo midiéndote con gigantes, sino tratando de superarlos. Yo no sé si un Oscar sea la mejor vara para medir el éxito de tus trabajos —la Academia es caprichosa, lo sabemos—, pero este premio llega debido a tu constante esfuerzo y es producto del solitario empuje de tus manos, y de unas cuantas más, por poner al cine mexicano ante los ojos del mundo.
Tu discurso me ha conmovido. Merecemos un país mejor, uno en el cual no tengamos, como tú, que salir de él y abandonar tantas cosas que amamos para tener las mismas oportunidades que tenemos en otros territorios. Veo con gusto que esta idea puede ser una realidad si nos comprometemos siempre con nuestro México, y no sólo cuando gana la Selección o un compatriota tiene éxito en el extranjero.
Me quito el sombrero ante la forma en la que le hablaste a Estados Unidos, en su propio país, en su propio lenguaje, en su premiación. En sus caras. Ese país es lo que es por inmigrantes; por gente trabajadora, como tú, que llegaron a partirse, no sólo la espalda, sino también la madre, por ofrecerle un mejor futuro a su familia y por enseñarles cómo se hacen las cosas.