Con triunfo épico, el Tricolor hablará ruso

Agónico y de alarido, el triunfo mexicano valió las enormes expectativas que despertó un Clásico que incrementará la rivalidad y enviará al Tricolor a la Confederaciones de Rusia 2018.

A dos minutos de que el partido ante Estados Unidos se definiera en penales, un golazo de Paul Aguilar rubricó una trepidante victoria de 3-2 en un repleto Rose Bowl con mayoría mexicana en la grada.

Si la Final de Copa Oro del 2011 se definió con un tanto de antología de Giovani dos Santos en este mismo inmueble, esta vez el americanista definió el partido con una volea potente del mismo calibre.

Con eso quedó en segundo plano la inconsistencia de un Tricolor que ganó con más garra que fútbol, pues inició sólido y animado pero se fue cayendo hasta verse obligado a cambiar la formación y quedarse sin sus dos líderes.

Esta historia pintaba para un desastre mayúsculo. Después de una Copa Oro muy accidentada y en la que se le quitó el pase a la final de la peor forma posible a Panamá, la Selección seguía en pie por conseguir el objetivo: el pase a la Copa Confederaciones en Rusia, en 2017.

Con muchas irregularidades en los últimos años, sin proyectos a largo plazo, plagado de malas decisiones, de pronto México tendría que jugar contra Estados Unidos para ver quién iba a Confederaciones. Por la historia reciente, de entrada este partido iba a ser complicado, pero ahora, además de todo, no había un entrenador—Miguel Herrera pagó por sus errores y fue separado de su cargo.

Tras una larga búsqueda y una lista de nombres que cambiaba cada semana, la Federación se dio cuenta que no iba a encontrar un director técnico antes del partido, y que incluso si lo hacía, no tendría tiempo de adaptarse al medio. Para el vital partido del 10 de Octubre tendría que ser alguien del medio.
Con poco más de dos meses, y dos partidos de preparación, el Tuca le entró a la enorme tarea.

Hoy, sorprendió a Estados Unidos, poniendo a un importante tridente en la ofensiva que tardaron pocos minutos en clavar el primero. La noche parecía que iba a estar tranquila y nos íbamos a ir a casa en los noventa minutos. Fuimos demasiado optimistas; EUA no sólo empató pronto, sino que tuvo el control del balón y nos dio algunos sustos en el primer tiempo.
En el complemento, México fue muy superior, estando siempre en el campo de los locales, que tuvieron un par que nos hicieron recordar a los fantasmas. El tiempo se iba agotando y no caía el de la ventaja. Llegaban los tiempos extra y se acercaba la sombra de los penales.

Ya si fuerza en las piernas, los estadounidenses se veían vencidos desde antes de que terminara el tiempo regular; México logró capitalizar esta ventaja y otra vez, parecía que lo más rudo había pasado. Pero no entendemos: el rival de enfrente tiene una mentalidad increíblemente poderosa. Poco a poco empezaron a tener el balón, México se relajó y en una jugada, el empate. Y no sólo eso, tuvieron otras oportunidades para aniquilar.
Cuando parecía que los penales iban a decidir el encuentro, una jugada fortuita y un golazo de Paul Aguilar selló el encuentro. Ya había poco tiempo para una reacción y las piernas no daban. México está en Copa Confederaciones; el Tuca logró hacer la misión imposible.

Me da gusto el resultado, no puedo negarlo, pero espero que esta vez se comprendan las lecciones—los bomberazos, las decisiones apresuradas, los cambios constantes, la mala planeación y el exceso de confianza por poco nos dejan fuera de un Mundial y una Copa Confederaciones, en dos años. Hoy hay que aplaudir el esfuerzo y festejar la victoria, pero el proceso parece otra vez volver a empezar de cero con un nuevo entrenador.