Hillary Clinton ganó el voto popular pero perdió la elección
Puede que Donald Trump haya conseguido una sorprendente victoria electoral, pero Hillary Clinton podría haber tenido más votos de la gente.
Clinton obtuvo 59.787.606 votos, según el registro de CNN, con 92% de la votación esperada contabilizada. Trump tiene 59.581.585. Eso es una diferencia de 219.762 votos, muy apretada considerando que se han contado alrededor de 120 millones de votos hasta ahora. Los totales seguirán cambiando a medida en que se registran los votos en ausencia.
Inverosímil no solo lo que sucedió ayer en las urnas de Estados Unidos, sino cómo se fue gestando la idea de Donald Trump como líder del país más poderoso del mundo desde hace 18 meses. Creíamos que no iba en serio, que políticos republicanos con mejor carrera —y reputación— que él ganarían fácilmente la nominación. Pensábamos que era uno más de sus trucos de publicidad para lograr estar bajo los reflectores, otra vez. Y así fueron cayendo poco a poco la docena de sus competidores—el movimiento Trump se iba gestando, y poco a poco nos dábamos cuenta del por qué: su extraña pero efectiva retórica, sus ideas políticamente incorrectas y el deseo de lograr objetivos costa de lo que sea. Tal y como lo ha hecho en su vida profesional.
La primer sorpresa fue tenerlo como candidato a la Presidencia. Muchos pensábamos que su broma había llegado muy lejos. Los mismos republicanos se sentían molestos, intimidados y con miedo. Para el partido podría haber sido catastrófica esta decisión—o podría marcar el inicio del fin. Tan solo tenerlo en la boleta electoral representaba un riesgo, una alta posibilidad de ser elegido, en un sistema bipartidista.
Del otro lado se gestaba una historia fantástica, digna de una película—la primer mujer presidenta. Hillary llegó tal vez no con el soporte de todos; la carrera contra Bernie Sanders desgastó la ideología demócrata, pero tuvo a Obama de su lado, un equipo muy completo de mercadotecnia que tenían experiencia, muchas veces de primera mano, de cómo guiar una campaña presidencial. Comenzando por un logotipo distintivo, idealista y flexible —aunque no tan bueno como el de Obama—, su campaña inspiraba y daba esperanza, al menos para que las cosas no empeoraran para los países que dependen directamente de Estados Unidos. Hillary seguiría los pasos de Obama y haría historia. El camino estaba puesto, las encuestas lo señalaban y los debates lo hacían sentir más una realidad.
Lo que podemos aprender de esto es que estamos entrando a tiempos diferentes. No es la primera vez este año que nuestros instrumentos de medición fallan—el Brexit lo confirma, y sospecho que no será la última. También vemos cómo el racismo, la xenofobia, el sexismo y la intolerancia no han sido erradicados del todo—y ahora cómo alguien, una celebridad, puede salirse con la suya tantas veces y decir —en sus propias palabras— las cosas como son, motiva a media nación entera no solo a identificarse con él, sino a salir a votar con miedo, y a favor del miedo. El mismo temor que cesgó todos y cada uno de los pronósticos. Creo que si te da miedo decir por quién vas a votar, es por algo—porque no estás orgulloso, ni convencido de sus ideologías.
Por último, vemos cómo el mundo empieza a cerrar sus puertas, a revertir los efectos de la globalización, a construir fronteras y separarnos unos de otros por el color de la piel.
La última esperanza son los demás poderes, los mismos que no permitieron avanzar reformas a Obama, pero Trump los tendrá a su favor—el último incentivo para evitar que haga demasiado daño para ellos sería el voto de castigo probable en el 2018, las elecciones de medio término.
Nos esperan cuatro, y potencialmente, ocho años de puro espanto.