Instalé DiDi el año pasado esperando motivar la competencia en el sector de transporte privado, y, honestamente, mejores precios. En un par de meses ya no lo tenía en mi celular por ser bombardeado constantemente con promociones y sin ninguna forma de apagarlas.
El mes pasado preguntaba lo mismo acerca de Uber Eats.
Este Buen Fin que acaba de pasar me llegaron promociones de dos empresas de las que soy cliente: un servicio de facturación y una empresa de registro de dominios, ambos explicándome lo mucho que podría ahorrar si hago una compra ese buen fin de semana.
Estos cuatro ejemplos tienen en común no comprender los patrones de compra de sus clientes. No voy a tomar un DiDi si no tengo que estar en otro lugar, incluso si tiene 90% de descuento; no voy a comprar más timbres para facturar si ya tengo suficientes y los dominios que necesité en los últimos meses no los guardé esperando a que estuvieran más baratos. Estas decisiones de compra no son de impulso, pero las comunican como si fueran.
(Peor aún, una de estas dos empresas no acepta pagos por tarjeta, por lo que tuvieron que dejar claro que de adquirir sus servicios se tenía que reflejar la transacción el viernes, dejando fuera a clientes que hubieran comprado en sábado y domingo)
Para estos negocios, mandar mensajes el buen fin fue positivo si lo único que analizan son las ventas—con solo una ya tendrían ganancia de la campaña. Sin embargo, si lo ven del lado de satisfacción están perdiendo clientes. Al menos en mi caso ya no tengo DiDi instalado; Uber Eats no tiene permisos de mandar notificaciones; y estoy transicionando mis dominios y mi proveedor de facturación.
A veces el mensaje de marketing que no enviamos habla mucho mejor de nosotros. Debemos pensar si este mensaje es relevante, o esperado. O por lo menos dejemos que el cliente decida recibirlos o no.