Una vez más Twitter lo ha hecho. Ha logrado sacar de contexto y salirse por la tangente de una opinión muy mesurada, razonada y hasta obvia. En «No sabes quién soy», una columna de Enrique Olvera, publicada en Reforma se hace una analogía de lo absurdo que es cumplir todos y cada uno de los caprichos del cliente en el sector restaurantero, concluyendo esta en que un nigiri no puede llevar limón.
De alguna forma, toda la conversación se enfocó en lo pretencioso que es negar un gusto tan sencillo como el de vertirle un cítrico a un platillo, en lugar de centrarse en la idea principal; que parte de muchos trabajos es tomar decisiones por los demás. Decisiones difíciles, incómodas, que van a causar resentimiento en la contraparte, pero que son necesarias—como forzar a todos usar cubrebocas.
A mi parecer, la crítica es tan acertada como necesaria, especialmente en un país en el que el presidente se rehúsa a ponerse un cubrebocas. Y la analogía parece ser pretenciosa, pero el que otros tomen decisiones por nosotros es más común de lo que pensamos; lo hace tu carro con un sonido, cuando te subes y no te pones cinturón; lo hacen tus maestros en la escuela, al evitar que saques tus apuntes en un examen; lo hace tu banco en línea, cuando no tienes actividad por algunos minutos, cerrándose automáticamente; lo hacen refrigeradores, cuando se quedan abiertos; lo hacen televisores, cuando no hay actividad, y lo hacen los videojuegos para evitar que destruyas tu propia diversión.
Cualquiera que diseñe una experiencia, o esté a cargo de una, tendrá una visión de ella. Será su responsabilidad salvaguardar esta visión en su forma más pura, ya sea para evitar que otros caigan enfermos por unos pocos, o para evitar que destruyas un platillo de alta cocina.