Difícl decir que esto fue sorpresa para alguien. El equipo de el Tata Martino estuvo plagado de decisiones caprichosas que dieron resultados a cuentagotas. Tuvo todo el tiempo del mundo, se le dio la confianza para comenzar y terminar un proceso completo —que en nuestro México es todo un lujo— y lo desaprovechó al intentar una y otra vez con los mismos futbolistas, en lugar de voltear a ver a aquellos que están dando resultados, tienen potencial para futuro, o ambos.
Y a pesar de todo esto, creímos. Ya hizo su gracia, ya no se puede hacer más—lo único que queda es apoyar. Hoy México llegó con una meta clara: meterle cuatro a Arabia. Con esto ya no dependíamos de nadie más, y no solo eso, Argentina echó la mano y eran solo tres los necesarios, y ni así. Nos quedamos en la raya y no estuvimos clasificados en ningún momento.
Duele porque son otros cuatro años echados a la basura. Duele porque de tener uno o dos futbolistas más enrachados o con más corazón, esto hubiera sido diferente. Duele porque es la primera vez que me toca ver a México eliminado en una Copa del Mundo. Duele porque las potencias ya no se ven tan imponentes, y cada vez más hay sorpresas. Duele porque todos los equipos parece que crecen, menos nosotros.
Pero creo que de esto hay algo positivo: a las televisoras y a la Federación les dolerá más no poder tener ese cuarto partido y cobrar jugosas cantidades por conceptos de publicidad y patrocinios. Esto puede terminar siendo ese empujón que necesita nuestro futbol para salir de ese círculo vicioso de mediocridad que culminó en esta eliminación histórica.