Soy mexicano y amo a mi país en las malas y en las peores. Pero odio como pocas cosas en la vida un saludo a la bandera. Este evento representa para mí una tradición obsoleta, carente de sentido, molesta e inconsistente; le hace más mal que bien al país.
De los 16 a 18 años en que una persona termina su formación profesional, tres cuartas partes de ese tiempo, cada lunes nos condicionan en una forma muy similar al famoso experimento de Pavlov a sufrir de 20 a 30 minutos de frente al sol, parados, sin podernos mover, con un ritual de estar levantando el brazo y poniéndolo en cierta posición cuando se nos ordena y expulsar de nuestro ronco pecho palabras que sólo algunas mentes privilegiadas llegan a comprender. Y por si faltara un elemento, el miedo está presente. Si te mueves, te pasan al frente para humillarte.
No cabe duda que algo está mal aquí. Muchos nos vemos tentados —inspirados por compañeros que profesan una religión diferente— en inventarnos nuestro propio culto, que nos prohiba asistir a estos actos de adoración a entes extraños.
Nos sobran patriotas; necesitamos más mexicanos de corazón. Patriotas es una palabra negativa; representan a personas que defienden lo mexicano por ser mexicano, festejan cada fecha festejable con un sombrero y una botella en mano, siendo escandaloso y gritando Viva México a las 3 de la mañana, festejan cómo hacen trampa y nadie se da cuenta o aunque se den cuenta, nunca pasa nada. Y no votan.
Un mexicano de corazón entiende que México tiene rostro; son 117 millones de estos. Piensa en ayudar a los demás, sean mexicanos —por ayudar al prójimo— o no —por tender su mano y mejorar la imagen que tienen de nosotros—, no tiran basura, no se dejan seducir por la corrupción, comprende que lo mexicano no es lo mejor, pero que si trabajamos todos juntos, un día lo será. Hace todo lo que está en sus manos para mejorar y piensa primero en los demás, sobretodo cuando hay una emergencia.
No tiene nada de malo adorar al país en el que nacimos, sentir gusto porque al Chicharito le está yendo bien en Inglaterra —no tiene nada de malo sentirse identificado con alguien—, comprar productos extranjeros o vulnerar una red social mexicana y tender la mano para ayudar. No es si soy más mexicano o no; es si soy mejor mexicano.
Tenía un compañero que decía estar en contra de la globalización, pero compraba jerseys de equipos de beisbol, de futbol de diferentes ligas del mundo: Holanda, Italia, Alemania, España y consiguió unos tennis que viajarían desde China por medio mundo y aún así le saldrían más baratos que comprarlos acá. Y se gana la vida enseñando inglés.
A un mexicano de corazón le importa la congruencia. Un patriota se la pasa por los huevos.
Las fronteras políticas se están desvaneciendo poco a poco y habrá ventajas y desventajas. Algunas cosas se crearán, otras trascenderán y otras morirán. Lo que me preocupa es que estén en decadencia las que marcan nuestra cultura —el día de muertos, por ejemplo— y que el saludo a la bandera siga presente.
Simplemente espero que el tiempo haga lo propio. No pretendo que estas líneas sean tomadas como una verdad. Soy un buen mexicano y me gusta opinar, escuchar opiniones, discutir, argumentar y saber que estoy mal, sólo así sé que mañana seré mejor.