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La pesadilla de cuatro años por fin llegó a su conclusión. EUA tiene nuevo presidente, y siendo la potencia económica más grande del mundo, sus repercusiones son grandes—especialmente para México, siendo el país vecino del sur.

Trump se retiró creyendo de sí mismo un ganador al cual se le fue robado el triunfo. Rompió la tradición diplomática más importante de su país en el último de sus berrinches como presidente. Cree que al hacerlo, la dignidad de su oponente quedará pisoteada.
Nada es más opuesto a la realidad. Biden desde anoche duerme en la Casa Blanca y Trump no. El gesto de recibir a Biden habría sido uno de los pocos momentos en los que veríamos la virtud de Donald—pero no hay nada más lejano a Trump como marca y emblema. La arrogancia es su sello distintivo, y ser mal perdedor, su bandera ondeante.
Trump solo tuvo triunfos en su vida por su posición de privilegio.

En estos cuatro años nos fue mejor de lo que esperábamos; no se construyó el muro, no hubieron guerras —estuvo cerca, eso sí—, no destruyó nuestro país —de eso nos encargamos sin importaciones—. Pero también peor; la crisis migratoria, el racismo, la discriminación, las políticas ambientales y hacia el exterior estuvieron en sus niveles más alarmantes. Y no hablemos del Covid y de la economía.

Trump hoy sale por la puerta de atrás y se vislumbra un mejor futuro. EUA ya vuelve al Tratado de París, pieza clave para mostrar liderazgo y hacer algo por el medio ambiente. Claramente no resolverá todos nuestros problemas —menos aún si no estamos en el país en el que es presidente—, pero para todos los demás hará las cosas un poco más fáciles.

Espero que nuestro siguiente presidente sea un contraste tan grande como estamos viendo en EUA; que lidere un gobierno que crea en la ciencia, no en estampitas; uno que le apueste a energías limpias, no a refinerías; uno que entregue resultados, no excusas.
Uno que se quiebre la espalda por su familia y su país, como tú y yo lo hacemos todos los días.